La finalidad práctica de la “Ética a Nicómaco: acción, hábito y carácter. Por Héctor López 2A.
Para
un desarrollo adecuado de la temática de la redacción, creo
conveniente responder las siguientes cuestiones: ¿qué es la Ética?,
¿cuál es la finalidad práctica de la Ética a Nicómaco?, ¿qué es acción, hábito y cáracter?, ¿cómo afecta las acciones y los hábitos al carácter y cómo afecta el carácter a las acciones y hábitos? ¿qué
son los hábitos, las acciones y el carácter?, ¿qué diferencia a
los humanos de los animales?, ¿qué tipos de hombre hay?
En la actualidad llamamos Ética, a la rama de la filosofía que reflexiona sobre un conjunto de problemas relacionados con el bien, el mal, la acción, los hábitos, las costumbres, la moral, la felicidad, el deber moral, etc. La Ética antigua, en particular, es una reflexión filosófica centrada sobre todo en la felicidad humana. Aunque se considera a Aristóteles el fundador de esta disciplina filosófica, él no usó nunca el término “Ética”: habla más bien de la “ciencia práctica de la felicidad”. Por tanto, ya el mismo nombre, en el sentido que le da Aristóteles huye de la especulación y la pura teoría. En este sentido, esta ciencia se ocuparía de investigar en qué consiste la felicidad concreta de cada uno y, sobre todo, cómo podemos alcanzarla cada uno, y dentro de esa ciencia hay dos ramas: la Política y la Ética. La Ética se ocuparía de investigar el tipo de vida y clase de bienes que conducen a la felicidad del individuo y la Política se ocuparía de investigar cual es la forma de organizar políticamente el Estado y qué leyes o instituciones son las más convenientes para todos, para que cada individuo pueda alcanzar su felicidad. Por eso para Aristóteles, la Ética y la Política persiguen el mismo fin: la felicidad.
En la actualidad llamamos Ética, a la rama de la filosofía que reflexiona sobre un conjunto de problemas relacionados con el bien, el mal, la acción, los hábitos, las costumbres, la moral, la felicidad, el deber moral, etc. La Ética antigua, en particular, es una reflexión filosófica centrada sobre todo en la felicidad humana. Aunque se considera a Aristóteles el fundador de esta disciplina filosófica, él no usó nunca el término “Ética”: habla más bien de la “ciencia práctica de la felicidad”. Por tanto, ya el mismo nombre, en el sentido que le da Aristóteles huye de la especulación y la pura teoría. En este sentido, esta ciencia se ocuparía de investigar en qué consiste la felicidad concreta de cada uno y, sobre todo, cómo podemos alcanzarla cada uno, y dentro de esa ciencia hay dos ramas: la Política y la Ética. La Ética se ocuparía de investigar el tipo de vida y clase de bienes que conducen a la felicidad del individuo y la Política se ocuparía de investigar cual es la forma de organizar políticamente el Estado y qué leyes o instituciones son las más convenientes para todos, para que cada individuo pueda alcanzar su felicidad. Por eso para Aristóteles, la Ética y la Política persiguen el mismo fin: la felicidad.
La
obra de Aristóteles sobre la que reflexionaremos, es un tratado de Ética, es
decir, una reflexión filosófica en orden a actuar bien en cada situación para que cada individuo consiga su felicidad humana. De modo que la finalidad
de la Ética no es teórica (alcanzar el conocimiento por el mero
afán de saber), sino práctica, es decir, lograr ciertos
conocimientos que sean útiles para la praxis (la acción), o sea,
que ayuden a vivir mejor y hagan más fácil el logro de la
felicidad. Ahora bien, la felicidad está relacionada con las acciones, hábitos desde los que constituimos nuestro carácter.
Desde el punto de vista de Aristóteles, podríamos definir una acción humana como la conducta puntual y consciente que resulta de la deliberación y la elección voluntaria aproximándonos o distanciándonos de nuestra felicidad; podríamos definir hábito, como una fuerza o inclinación a comportarnos que resulta de la reiteración de acciones en una misma dirección aproximándonos o distanciándonos de nuestra felicidad; y podríamos definir carácter como la personalidad feliz o desdichada que resulta de nuestros hábitos. Lo problemático de esta secuencia: acción, hábito y carácter viene de la pregunta: ¿cómo afectan las acciones y los hábitos al carácter y el carácter a los hábitos y las acciones?
Se trata de una pregunta problemática, porque para Aristóteles las acciones, y por consiguiente los hábitos, en gran medida, resultan de la fuerza de un carácter; y a la inversa, el carácter se constituye a través de las acciones y hábitos correspondientes. Por tanto, se produce una circularidad: las acciones y hábitos que resultan de ellas constituyen el carácter; y el carácter o personalidad constituida influye poderosamente en la elección de acciones que realizamos y hábitos que adquirimos. Al igual que sin huevo no hay gallina, sin acciones y los correspondientes hábitos no hay carácter, pero del mismo modo que sin gallina no hay huevo, sin carácter no hay acciones y los hábitos que de ella resulten. Pues bien, es justo en medio de esta problematicidad circular en la que se instala la ética de Aristóteles, por eso afirma Aristóteles que la virtud es una predisposición o tendendia a la elección del término medio de acuerdo a la recta razón o inteligencia práctica.
Desde el punto de vista de Aristóteles, podríamos definir una acción humana como la conducta puntual y consciente que resulta de la deliberación y la elección voluntaria aproximándonos o distanciándonos de nuestra felicidad; podríamos definir hábito, como una fuerza o inclinación a comportarnos que resulta de la reiteración de acciones en una misma dirección aproximándonos o distanciándonos de nuestra felicidad; y podríamos definir carácter como la personalidad feliz o desdichada que resulta de nuestros hábitos. Lo problemático de esta secuencia: acción, hábito y carácter viene de la pregunta: ¿cómo afectan las acciones y los hábitos al carácter y el carácter a los hábitos y las acciones?
Se trata de una pregunta problemática, porque para Aristóteles las acciones, y por consiguiente los hábitos, en gran medida, resultan de la fuerza de un carácter; y a la inversa, el carácter se constituye a través de las acciones y hábitos correspondientes. Por tanto, se produce una circularidad: las acciones y hábitos que resultan de ellas constituyen el carácter; y el carácter o personalidad constituida influye poderosamente en la elección de acciones que realizamos y hábitos que adquirimos. Al igual que sin huevo no hay gallina, sin acciones y los correspondientes hábitos no hay carácter, pero del mismo modo que sin gallina no hay huevo, sin carácter no hay acciones y los hábitos que de ella resulten. Pues bien, es justo en medio de esta problematicidad circular en la que se instala la ética de Aristóteles, por eso afirma Aristóteles que la virtud es una predisposición o tendendia a la elección del término medio de acuerdo a la recta razón o inteligencia práctica.
Según
Aristóteles, la naturaleza ha dado a algunos individuos ciertas
tendencias o dones naturales, de modo que algunos poseen por
nacimiento una mayor tendencia a la justicia, a
la moderación,
a la valentía, etc. Estas cualidades naturales definen, en un
principio, a la naturaleza individual de cada uno y marcan las
diferencias naturales o de temperamento entre los distintos
individuos. Pero estos dones naturales no son las virtudes éticas,
debido a que las virtudes éticas no se tienen por nacimiento, sino
que se adquieren a lo largo de la vida con la práctica y el
ejercicio, y su adquisición requiere esfuerzo. Las virtudes éticas
son hábitos
o disposiciones para actuar que se adquieren
acostumbrándonos,
mediante la repetición de acciones virtuosas, del mismo modo que
desarrollamos fuerza en nuestros músculos a base de entrenamiento y
de ejercicios repetitivos en el gimnasio. Así, repitiendo acciones
valerosas e imitando a los valientes, desarrollamos el hábito y la
virtud
de la valentía y nos hacemos valientes, repitiendo acciones justas
adquirimos la virtud
de la justicia y nos hacemos justos, y de igual modo con acciones
generosas, desarrollamos el hábito de la generosidad y nos hacemos
generosos. O por poner un ejemplo cercano a nosotros: ¿cómo
adquiere uno el hábito de estudiar, para ser un buen estudiante?
Pues estudiando y repitiendo muchas veces esas acciones, aunque en un
principio pueda resultar costoso, pero una vez adquirido el hábito
de estudiar, las acciones en el estudio “fluyen” de forma
espontánea y sin esfuerzo. De la misma manera se adquieren también
los vicios.
Repitiendo acciones malas, inadecuadas para nuestra felicidad y
adquirimos hábitos malos. De este modo, las acciones,
ayudan
a determinar todo tipo de hábitos,
ya sean hábitos
buenos
(virtudes) o hábitos
malos
(vicios).
Con
todo esto, Aristóteles decía que los vicios y las virtudes definen
el carácter
(êthos)
o modo de ser de un individuo. Por eso se habla de vicio y virtudes
éticas, es decir, de vicios y virtudes del êthos o del carácter.
Vicios y virtudes son hábitos o disposiciones del carácter que nos
mueven a actuar y a elegir en una determinada dirección: bien
alejándonos del fin natural de la felicidad y de la perfección,
bien aproximándonos a él.
A
partir de su análisis sobre la adquisición de las virtudes y los
vicios, Aristóteles formula una idea formidable y sumamente
interesante, a saber: “Lo
que somos y cómo somos (nuestro carácter) es obra de uno mismo”.
En efecto, nuestro carácter es el resultado de la cadena de acciones
y elecciones (virtuosas o no) que han generado nuestros buenos o
malos hábitos, virtudes o vicios. Por eso dice Aristóteles que
“cada
uno es en cierto modo causante de su propio carácter”. Adquiriendo
virtudes conformamos un carácter bueno, y adquiriendo vicios un
carácter malo o corrompido.
El
carácter viene a ser como una “segunda naturaleza” que se
superpone a los dones y a las carencias naturales que tenemos por
nacimiento (nuestra primera naturaleza). El carácter es siempre
adquirido, y puede potenciar nuestros dones y carencias naturales o,
por el contrario, llegar a anularlos. De modo que, según
Aristóteles, no
nacemos como somos, sino que nos hacemos.
Esto
último marca una diferencia
fundamental entre
el hombre
y el animal:
el animal no puede elegir ni proponerse fines o intenciones en su
conducta, pues le falta la capacidad de deliberar. Sin embargo, sin
proponérselo, un animal vive como es debido, conforme a su
naturaleza. Su modo de ser está determinado por su naturaleza y es
producto en exclusiva de ella. El ser humano en cambio, fábrica su
modo de ser (carácter) mediante acciones intencionadas (praxis)
y elecciones racionales, y se hace a sí mismo a través de sus
acciones, adquiriendo virtudes y vicios que se integran en su
carácter y que pueden perfeccionar o corromper su naturaleza
racional. De esta forma, a diferencia del animal, un individuo humano
es capaz de darse forma a sí mismo, del mismo modo que un artesano
da forma a la arcilla para crear estatuas. Las acciones intencionadas
y elegidas (praxis)
originan al ser humano pleno y son “productoras de humanidad”.
El
hombre
virtuoso
(el hombre de buen carácter) está dispuesto a las acciones
virtuosas, pues brotan de su carácter de forma espontánea y fácil,
como si de una tendencia natural se tratara, y además con placer.
Por eso un buen carácter va asociado al estilo de vida feliz y
dichoso. Lo contrario ocurre al hombre
malo,
al hombre que, mediante acciones y hábitos malos, se ha fabricado un
carácter malo. Sus vicios le hacen incapaz de proponerse fines y
propósitos racionales, sanos y buenos para su felicidad. Sus
inclinaciones y apetitos llevan su alma a la deriva y están fuera
del control de la razón. Por eso un carácter malo nos aproxima a un
animal irracional y
nos aleja de la excelencia que un ser humano podría alcanzar si se
lo hubiera propuesto; además, va asociado a un estilo de vida
miserable y poco dichoso.
Como
hemos visto, nuestro modo de ser o carácter, una vez consolidado,
nos predispone a ciertas acciones y hace imposible la realización de
otras. El cobarde, por ejemplo, es incapaz de realizar acciones
valerosas porque la cobardía forma parte de su carácter. Una vez
que alguien ha desarrollado un vicio ya no puede volver atrás, ni
siquiera queriendo, pues se ha corrompido irreversiblemente: el
cobarde seguirá siendo un cobarde aunque quiera ser valiente, lo
mismo que el enfermo no deja de estarlo, por mucho que quiera estar
sano. El cobarde, cegado por el vicio de la cobardía, considera
(erróneamente) que lo conveniente para él son las acciones cobardes
y no se propondrá como fin acciones valerosas.
En
conclusión, la Ética es la rama de la filosofía que reflexiona
sobre los problemas relacionados con el bien, la moral, la felicidad,
etc., y la finalidad práctica de la Ética a Nicómaco es lograr
ciertos conocimientos para conseguir la felicidad.
Las acciones
ayudan
a determinar los hábitos,
ya
sean hábitos buenos (virtudes)
o hábitos malos (vicios),
donde hábito
es
la tendencia a actuar de una cierta manera en un individuo debido a la
práctica reiterada de alguna acción, y los vicios
y
virtudes
determinan
el carácter
o
modo de ser de un individuo, y relacionado con el carácter pueden
haber; hombres de buen carácter
(hombre
virtuoso)
o hombres de mal
carácter
(hombre
malo).
También cabe destacar la diferencia
entre
el hombre
y el
animal
y es
que el ser humano puede fabricar su carácter con acciones
intencionadas (praxis)
y los animales no.